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    wiggins,con indurain de modelo

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    JAVI
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    Mensaje por JAVI Sáb Jul 21, 2012 5:35 pm

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    Son rectas infinitas en las que las piernas de Bradley Wiggins son capaces de mover unos desarrollos brutales. Eso no es nuevo. Lo que si cambia es que estamos hablando de la última contrarreloj del Tour, de que Wiggins, y el resto de supervivientes de la carrera, -eso son todos los que van a terminar en París-, llevan ya acumulados 3.500 kilómetros en las piernas, a una media horaria cercana a los 40 kilómetros por hora.
    El líder aplastó a sus rivales, a una media de 49,987 kilómetros por hora en los 53,5 kilómetros que tenía la etapa. Sólo Chris Froome y Luis León Sánchez le aguantaron, más o menos de cerca, a 1:16 y a 1:50 respectivamente. Peter Velits, cuarto clasificado, finalizó a 2:02.
    Wiggins es un contrarrelojista, un corredor acostumbrado a rodar durante muchas horas en solitario tanto en carretera como en pista, a escuchar el sonido de su bicicleta cuando cruje contra la madera de los velódromos.
    Con unos desarrollos que no todo el mundo puede mover, con una posición sólo al alcance de quien la ha trabajado en una pista durante muchos años, sus tiempos de paso resultaron de otro mundo.Hay que ser capaz de rodar a cincuenta kilómetros por hora con un Tour entero en las piernas.
    No dejó nada a la improvisación este inglés que en el primer tiempo intermedio ya aventajaba en doce segundos a Froome y en 35 a Van Garderen, con Luis León Sánchez a 48 segundos. En el kilómetro 30,5, esa diferencia aumentaría hasta los 54 segundos sobre Froome y 58 con respecto a Luis León Sánchez. Los demás estaban a más de un minuto de diferencia. Haimar Zubeldia logró superar a Cadel Evans en la general y terminará sexto en París. Todo un logro después de la temporada que ha pasado.
    No sólo es necesario conservar una cierta frescura física, -lo más importante-, sino también ser capaz mentalmente de afrontar un último esfuerzo cuando sabes que tienes ganada la carrera.
    Diferencia en las 'cronos'
    Wiggins no tenía nada que demostrarle a nadie. Quizá sólo a él mismo, a su compañero Chris Froome, que le ganó el año pasado en la contrarreloj de la Vuelta a España en Salamanca, en unas condiciones muy diferentes a las actuales, con un Wiggins que llegaba después de recuperarse de una caída en el Tour, de una fractura de clavícula que le convertía en una incógnita. Froome le aventajó en 23 segundos, cuando Wiggins todavía ni se imaginaba que un día pudiese ganar el Tour.
    Ha ganado su segunda etapa en este Tour, también una contrarreloj, en una antigua ciudad gala, en la que ha terminado por construir su obra de arte, frente a una catedral gótica, la de Notre-Dame, que, casualidades de la vida, tiene una rasgo que la define: un color azul único en sus vidrieras, conocido como 'el azul de Chartres', el azul del Sky.
    Bradley Wiggins no ha sido el mismo corredor en este Tour que el que vimos hace once meses en la Vuelta a España. Froome, sí, aunque algo mejorado.
    Una vez analizados los tiempos marcados, hay que decir algo que en el ciclismo de los últimos años se está imponiendo: las diferencias se marcan en las 'contrarrelojs', no en la montaña, donde los tiempos entre los mejores no garantizan ningún éxito.
    En las subidas todo se ha igualado. Wiggins ha terminado por perfilar su jerarquía. ¿Hubiera podido ganar Froome en otro equipo este Tour? Probablemente no, porque a día de hoy no hubiera encontrado el respaldo que ha tenido Wiggins en ningún otro lado y está por ver los segundos que hubiera perdido el maillot amarillo en las subidas con un rival que de verdad le atacase.
    La diferencia con la que llegaron a la contrarreloj salía de los nueve segundos cedidos en el prólogo, de un pinchazo en la primera etapa, en Seraing, a 15 kilómetros de la meta, lo que le hizo perder 1:25, y de los 35 segundos que cedió en la crono de Besançon. En total, 2:09.
    Froome le aventajó en dos segundos a Wiggins en Las Planche des Belles Filles y otros dos en La Toussuire, cuatro segundos que deja en 2:05 la renta que tenía Wiggins sobre su compañero de equipo.
    ¿Hay un cierto paralelismo entre Wiggins e Indurain? Lo hay, para qué negarlo, aunque físicamente Indurain era más consistente, más grande y no procedía del mundo de la pista. Estaba menos trabajado. Los dos han basado su dominio del Tour en las 'contrarrelojs', han aguantado en montaña, en el caso de Wiggins, los escasos ataques que ha tenido, que no han resultado nada consistentes. Wiggins es más parlanchín que Miguel, que era poco dado a criticar a nadie y que dejaba vivir en la carretera mucho más que lo que lo hace Wiggins a sus rivales.
    Dieciséis años después, el molde que se rompió con Indurain ha vuelto a llenarse, pero no es igual. Nunca volverá a ser igual. Ha pasado demasiado tiempo, los ambientes son distintos, los mundos, diferentes. Dejémoslo en que hay ciertas similitudes, sin más.
    Bradley Wiggins es el corredor que más parecido tiene con Miguel Indurain. Le siguen separando cuatro Tours, que el corredor inglés nunca podrá ganar. Conseguir uno es complicado, cinco, una eternidad. La última contrarreloj sólo ha servido para darle mayor gloria a Bradley Wiggins, que no parecía que llevaba 3.400 kilómetros en las piernas. Su capacidad de recuperación es sorprendente.

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